Este es el primero de una seria de artículos en dónde vamos reflexionar sobre la identidad, para acercarnos posteriormente a entender las identidades de género, es decir, cómo se construye la identidad femenina y la masculina para ayudarnos desmontar los estereotipos de género.
El diccionario define la identidad como el conjunto de características, rasgos propios, datos o informaciones que son propias de una persona y que permiten diferenciarla del resto.
El concepto que tenemos de nosotros mismos va configurando nuestra identidad. Hace referencia a la conciencia que una persona tiene de sí misma y que la convierte en alguien distinto a los demás. El entorno ejerce una gran influencia en la conformación de la especificidad de cada sujeto.
Se plantea la identidad como un modo personal de identificarse y diferenciarse de los y las demás, que debe construirse ya que no es algo dado por naturaleza. Esta construcción se hace en interacción con otros seres humanos y supone la asociación de uno mismo a algo o alguien a quien parecerse, pero a su vez, es un proceso en que se van modelando las semejanzas o diferencias de los demás
La identificación es un proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, propiedad o atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. Así, la personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones que van a condicionar su “ser”. Si entendemos la identificación como la transformación que se produce un el sujeto cuando asume una imagen, es decir, se reconoce en ella, vemos como el papel de la mirada del “otro” es fundamental ya que va a condicionar la imagen que tenemos de nosotros mismos.
La identidad de un individuo tiene su base en la integración de tres vínculos: el vínculo espacial, el temporal y el social.
El vínculo espacial alude a la relación que una persona establece con su propio cuerpo; el temporal se refiere a la manera como la persona se puede pensar a sí misma en una línea continua de tiempo y el vínculo social consiste en el interjuego de las identificaciones proyectivas con las introyectivas.
La identidad es una necesidad básica del ser humano. Como dice Fromm (1990):
«La necesidad de un sentimiento de identidad es tan vital e imperativa, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacerla».
La identidad es como el sello de la personalidad. Es evolutiva y está en continuo cambio. No es una característica dada sino que se desarrolla y forma parte de la historia de cada persona.
La identidad se empieza a construir desde el mismo momento del nacimiento, y se va estructurando a través de la experiencia propia y de la imagen de uno mismo percibida en los demás.
La mirada del “otro”, cual espejo, es fundamental en la construcción de la identidad, ya que ésta resulta de un proceso social, en el sentido de que surge y se desarrolla en la interacción cotidiana con los otros. El individuo se reconoce a si mismo sólo reconociéndose en los otros, y, a su vez, permitiéndole saber quién es.
La identidad de género es un concepto que se refiere a una configuración psicológica que combina e integra la identidad personal y el sexo biológico, y a la cual contribuyen de manera significativa las relaciones de objeto, los ideales del superyó y las influencias culturales.
La identidad de género se ha definido tradicionalmente como masculinidad en hombres y femineidad en mujeres bajo el supuesto de diferencias sexuales.
Hace alusión a cómo nos dicen que somos. La imagen que tanto hombre como mujeres vemos reflejada en el gran espejo social y que nos dice cómo somos, es la imagen que el relato histórico nos muestra. Discurso que Relata una historia muy sesgada.
Por ello, es fundamental y necesario la deconstrucción de la imagen que la sociedad muestra tanto de lo femenino como de lo masculino para poder reconstruir una nueva mirada más justa y equitativa. De ello nos ocuparemos en siguientes artículos.
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