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NECESIDAD Y DESEO.ORIGEN DEL DESEO

Hoy vamos a intentar acercarnos un poco más al origen del deseo. Quizás este artículo resulte denso y un poco más complejo de entender, pero consideramos interesante adentrarnos un poco más en la teoría para poder entender mejor de que hablamos cuando hablamos de Deseo.

Al ser más teórico puede resultar más difícil de leer, pero si te animas el esfuerzo resulta satisfactorio.

Al ser humano el lenguaje le condiciona en lo más profundo de sí mismo, en los afectos, sus necesidades, sus deseos y en la relación con su propio cuerpo y con el de los demás. La estructura del lenguaje le precede. Ninguna función, por más vital que sea, le va a procurar automáticamente el bienestar. El acto más simple, por ej. comer, aparece rodeado de rituales y, muchas veces, de síntomas.

Así, por el hecho de ser un sujeto hablante, las necesidades biológicas quedan profundamente trastocadas, perdidas en su naturalidad, para transformarse en esa otra realidad específicamente humana como es el deseo.

En el hombre las necesidades son las exigencias del organismo para su supervivencia. Se introduce así la noción de una falta que busca su complemento, y busca encontrarlo a través de su instinto, el organismo busca encontrar el objeto de la necesidad adecuado para su supervivencia y la de la especie.

El Deseo, en Freud, deseo siempre singular de un sujeto, y no propio de la especie, que, a diferencia de la necesidad, no busca supervivencia ni adaptación, es un deseo que no se puede olvidar porque es esencialmente insatisfecho. A diferencia de la necesidad, no es una función vital que pueda satisfacerse, ya que su origen esta en relación directa con la función de la pérdida.

Intentemos explicarlo. El bebé humano se diferencia del resto de animales en el hecho de que no puede valerse ni sobrevivir por si mismo durante mucho tiempo. En su desvalimiento y desamparo originario necesita de otro que lo haga por él (mama/papa), otro al que el bebé atrae su atención a través del grito, llanto. Este grito adquiere la función de comunicación.

Cuando ese otro (la mama) le aporta el objeto de la necesidad (pecho), el bebé experimenta una vivencia de satisfacción que suprime el estado de tensión producido por la necesidad (hambre). Esta primera experiencia queda impregnada de un significado intenso al no ser esperada.

 Freud subraya que esta experiencia de satisfacción deja en el bebé una huella en la memoria imperecedera, de forma que cuando el estado de necesidad vuelve a surgir (vuelve a tener hambre), el bebé no espera que el otro (la mama) le aporte el objeto de la necesidad (pecho), sino que en ese momento surge un impulso que activa esa huella mnémica (producida por la primera satisfacción) y le hace reaparecer (al pecho) bajo la forma de una alucinación.

Este impulso a volver a evocar esa huella, (percepción enlazada con la primera satisfacción) es lo que Freud califica de deseo, y la reaparición de la forma (pecho) bajo la alucinación es la realización de deseo.

El niño tiene hambre, pide, mama le da de comer y se duerme calmada su hambre, y sin embargo al dormir alucina el pecho, como si no estuviera satisfecho. El pecho que aparece en su alucinación  es el objeto de un niño satisfecho en su hambre, pero insatisfecho en su deseo. Lo que el niño alucina no es el objeto de la necesidad, sino el objeto perdido para siempre del deseo.

El deseo tiende por tanto, no a la necesidad, sino a la huella y a buscarla. Búsqueda constante  de una percepción primera que ya nunca volverá  a encontrar, en tanto que ya no será igual al perder su especificidad de sorpresa. Intentemos entenderlo con un ejemplo. Cuando una experiencia no la esperamos nos sorprende muy gratamente y la guardamos en la memoria muy significada de valiosa, tanto por la experiencia en sí cómo por la carga de lo no esperado. Cuando queremos repetir esa experiencia, la carga de la sorpresa no está por lo que aunque nos resulte muy satisfactoria lo será menos que la primera vez.

La búsqueda del deseo es un intento de recupera lo que se perdió, pero a la vez la confirmación de que algo se perdió. Esta pérdida funda el proceso mismo del deseo, en tanto proceso de reencuentro, o más bien, de imposibilidad de reencuentro ya que en la alucinación no se reencuentre el objeto que causa el deseo, sino que es solo el simulacro de ese encuentro.

Esa experiencia primaria es el objeto perdido que causa el deseo y que, mas allá de la realización alucinatoria del mismo, continúa empujando al sujeto en su búsqueda incesante, búsqueda que impondrá el abandono de la alucinación, para tratar de reencontrar en la realidad su objeto perdido, pero que, sin embargo, condena a que todos los objetos encontrados en la realidad siempre serán insatisfactorios.

El verdadero objeto del deseo no son los objetos de la realidad, está detrás, como aquello que en tanto perdido, causa el deseo. El deseo se despliega sobre el fondo de una nostalgia, un anhelo y en la búsqueda del reencuentro con ese objeto mítico de la primera satisfacción, por ello objeto inalcanzable, perdido para siempre.

El deseo aparece en el margen donde la necesidad se convierte en demanda. En contraposición a la necesidad  que busca su satisfacción y puede encontrarla, o no, dependiendo de las circunstancias, el deseo es una función en pura pérdida, pues, aún satisfechas las necesidades, hay un hueco de insatisfacción que permanece.

Insatisfacción necesaria para seguir deseando, y que ese deseo siga siendo el motor de búsqueda que nos acompañe en nuestro transitar de la vida, sin que nos atrape en una búsqueda compulsiva de lo perdido originario, es decir la completud, que nos deje atrapado en la incapacidad de poder disfrutar de la satisfacción parcial que nos producen las experiencias vitales.

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