REFLEXIONES EN TORNO A LA vejez
“la mujer escondida”
Aquella que habita en nosotras
Y que apenas vemos,
Qué nos grita e interpela
En un discurso silencioso
Para que le demos voz
Y así la escuchemos
Para poner palabras y preguntarnos
¿Quién soy? ¿Qué deseo?
Cumplimos años, pasamos hace tiempo de los cuarenta. La etapa en la que nos estamos adentrando nos enfrenta a una imagen en el espejo que asusta, y nos asusta. A diferencia de antes, donde la vejez era reconocida, nuestra cultura la resignifica como la etapa del “ya no”, de la perdida y de la descalificación.
El cuerpo ha cambiado, ya no cumple el ideal de belleza, y, por tanto, de valoración social y queda estigmatizado como algo a ocultar y rechazar. Si bien, (como ya dijimos en el artículo mujer y belleza publicado en este blog) esto es común tanto a hombres como mujeres, es en nosotras donde más incide en nuestra autoestima, ya que, históricamente el valor social de la mujeres está unido a la apariencia física, basado en el ideal de belleza, juventud y delgadez, siendo este ideal soporte fundamental de nuestra valoración y autoestima a la vez que un núcleo de conflicto que nos acompaña toda la vida.
Si cuerpo, imagen e identidad se interrelacionan constantemente y nos influye en la relación con nosotros mismos, en nuestra autoestima y en la relación con los otros y la vida, es fácil entender que las mujeres sobre todo, nos enfrentamos a una etapa complicada y conflictiva, que implica enfrentarnos al rechazo, a la invisibilidad y a la renuncia.
La vejez, etapa difícil, pero apasionante que puede llevarnos al encuentro con nosotras mismas, con nuestro deseo y nos posibilita el poder romper con las redes de esclavitud a las que hemos estado atadas tantos años, presionadas para cumplir el ideal de belleza, que nunca alcanzamos, y con la sobreexigencia de cumplir también con el ideal de la superwoman, al que muchas mujeres hemos tenido que alimentar
El Crecimiento personal no se limita a una etapa de la vida, pero sabemos que para tener una vejez confiada y sana uno debe continuar su crecimiento personal toda la vida. Para que nuestra vida sea fructífera hemos de hacer algo más que cuidar nuestro cuerpo y mantener nuestro intelecto en funcionamiento. Hemos de atender nuestras necesidades psicológicas y espirituales. Para alcanzar la sabiduría y la paz, la meta ultima de la edad, hemos de aventurarnos en un viaje interior para encontrarnos con esa mujer en la que nos estamos convirtiendo, con todo lo que tiene que ofrecernos y decirnos.
La vejez, por tanto, nos coloca en la necesidad de recuperar lo que significa de sabiduría y paz interna, adentrándonos en el proceso de búsqueda de la mujer escondida y sabia que habita en nuestro interior, la que nos conoce y tiene mucho que decirnos, la que sabe de nuestro deseo y nuestras capacidades. Al conectar con ella, conectamos con nuestra esencia, con lo femenino diferente a lo femenino socialmente instituido, que nos sana y empodera.
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En la antigüedad, las mujeres pasaban más tiempo reunidas entre sí, realizando rituales y ceremonias casi de manera inconsciente y rutinaria. Actualmente nos quedan los círculos de mujeres, las amigas, cultivamos así la sororidad y fortalecemos nuestros lazos y la sensación de unidad, sintiéndonos acompañadas y apoyadas por nuestras compañeras en este proceso de aceptación de esa mujer en la que nos estamos convirtiendo, diferente, única y con capacidad para SER QUIEN QUIERE SER, y no quien le dicen que tiene que ser, invisible, sin valor y anulada en su feminidad al no estar dentro del prototipo de belleza instituido socialmente.