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EL IMPACTO DEL DIAGNÓSTICO: ES CÁNCER

Cáncer. Muerte anticipada. Dolor. Angustia. Pinchazos. Tubos. Hospitales. Médicos. Radioterapia. Tristeza. Quimioterapia. Fármacos. Malestar. Mutilación. Sobrevivir. Injusticia. Conmoción. Miedo. Estadio IV. Grave. Amenaza. Estrés. Terror. Confusión. Rabia. Lloro. Pánico. Bloqueo. Impotencia. Metástasis.

¿Por qué a mí? ¡¡No puede ser!! ¡¡Seguro que es un error!! ¿Cómo se lo digo a los niños? ¿Qué les digo a mis padres qué ya son mayores? ¿Tan joven y me tienen qué extirpar un pecho? ¿Mi hijo tiene cáncer? ¡¡Es tan pequeño!! Muerte. Llorar. Ira. Negación. Perderé mi cabello. ¿Me dolerá mucho? Tendré náuseas. ¿Por qué? ¿Por qué? No voy a poder con esto. Me miran raro. No saben qué decirme. No tienen que hacer nada.

Sigo siendo yo… Sí, puedes. Esperanza. Confianza. Sí, debes. Tengo miedo. ¿Me voy a morir? Sufrimiento. Sí, hay tratamientos. Sí, eres. Sí, estás.  Sí, hay recursos para paliar un diagnóstico tan impactante.

Podría seguir escribiendo una o varias palabras de lo que cada paciente oncológico y no oncológico asocia al cáncer y no tiene que ser un diagnóstico en estadio IV.

El cáncer está asociado en el imaginario colectivo, en un primer momento, a muerte, anticipada o inmediata pero a muerte.

Es una de las principales causas de muerte en el mundo por debajo de la cardiopatía isquémica, los accidentes cerebrovasculares, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y las infecciones de las vías respiratorias. 

En España, con cifras de 2016, el grupo de Enfermedades del sistema circulatorio es la primera causa de muerte, seguido por los Tumores y de las Enfermedades del sistema respiratorio.

Con estas estadísticas, no es de extrañar que al recibir este diagnóstico nuestra mente piense en muerte (miedo). ¿Por qué me tiene que pasar a mí (injusticia)? ¿Qué les va a pasar a mis hijos (impotencia)? ¡Tiene que ser un error! (Negación). ¿Y ahora qué voy a hacer (bloqueo)? Me tendrán que operar (ansiedad anticipatoria). No voy a aguantar el tratamiento (terror).

Y seguiríamos con la sintomatología física con asociaciones como voy a perder el cabello. O tendré náuseas, no podré dormir, tendré mucho cansancio… Y un largo recital de mensajes para intentar encajar una noticia tan sobrecogedora.

Cáncer. «No se puede hacer nada». Sí podemos hacer algo sobre cómo se responde y sobre cómo te sientes respecto a él. Hay que llorar, sin miedo, por derecho, nada de fingir que todo va bien. Hay que enfadarse, hay que dejar que la rabia salga.

También hay que distraerse y si quieres gritar, grita, pero encuentra la forma de ocuparte de la enfermedad. El cáncer tiene estadísticas de curación muy prometedoras, numerosos tratamientos.

A nivel psicológico, hay varias herramientas que funcionan para disminuir la ansiedad, el estrés, el pánico al tratamiento, a una posible operación, a los efectos secundarios, en definitiva, al malestar emocional. 

Paradójicamente, cuando más necesitamos de nuestros recursos emocionales, más confusos, escondidos y bloqueados están. El apoyo psicológico es fundamental para afrontar éste camino.

Necesitamos información. Pregunta a tu médico y a tu psicólogo. No hay que enredarse en hipótesis y pon en práctica aquello que se adapte mejor a tus necesidades en el momento que te encuentres de la enfermedad.

Escucha a tu cuerpo, aprende a interpretar lo que te dice y hazle caso. Conoce tus limitaciones y no pretendas salir a correr si te cuesta levantarte de la cama debido a los efectos secundarios de la medicación. 

Intenta no pasar en soledad esta enfermedad. Si por tus circunstancias personales, lo estás, busca grupos de apoyo, asociaciones, relaciónate con las personas que te encuentres en el hospital, en las salas de espera, compartir experiencias es vivir. 

Además, decícale tiempo a tu salud emocional. El tratamiento médico es muy imporante y gestionar tus emociones, también.

Ayuda a prevenir recaídas y a mantener el sistema inmunitario lo más fuerte posible. Si al principio no puedes por la agresividad de los tratamientos, buscar ayuda psicológica es siempre una decisión que suma para una completa recuperación.

Muchos pacientes buscan apoyo psicológico desde el diagnóstico y son acompañados por el terapeuta durante todo el proceso pero otros lo hacen más tarde, cuando terminan el tratamiento, cuando ya están “curados”, cuando han “sobrevivido”.

Cada persona es única y responde de forma diferente al mismo diagnóstico y tratamiento. Y vive de forma exclusiva e individual la enfermedad a nivel psicológico, físico y social

Ante la perspectiva de la próxima revisión en un tiempo que se te antoja lejano, a veces, te acompaña una sensación de soledad, de vacío y te derrumbas. Duermes mal. Estás irascible, irritable. Te has mantenido todo este tiempo como has podido, como has sabido, con apoyo de tus familiares, amigos, tu oncólogo, y justo ahora que ya estás curado, te vienes abajo. ¿Y eso? Te preguntan a tu alrededor. No sabes ponerle palabras a lo que te pasa.

Mucho miedo otra vez, mucha sensación de culpa, emociones revueltas y confusas que te crean mucho malestar emocional. No entiendes qué está pasándote. Pides ayuda profesional psicológica.

Tanto el diagnóstico como el tratamiento del cáncer son eventos en la vida de una persona con un altísimo nivel de estrés porque suponen una posibilidad real de terminar con la vida. En éstas circunstancias pueden aparecer síntomas de TEPT.

Es común que el Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT) aparezca en personas que han sobrevivido al cáncer. Sin embargo, no todos éstos supervivientes, cumplen con los criterios del DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) para ser diagnosticados pero sí presentan síntomas del TEPT.

El DSM-V incluye para el diagnóstico de Trastorno de Estrés Postraumático cuatro grupos de síntomas: re-experimentación (flashbacks, pesadillas y pensamientos recurrentes), hiperactivación (irritabilidad, dificultades de concentración e insomnio), evitación (de lugares o estímulos que se asocien al hecho traumático) y alteraciones negativas persistentes en las cogniciones y el estado de ánimo. Además, se tiene que especificar si hay síntomas disociativos como despersonalización o desrealización.

Solemos escuchar de los pacientes que tienen pensamientos intrusivos y que re-experimentan a menudo, a través de sueños por ejemplo, momentos asociados con la enfermedad lo que les genera un malestar acusado. Relatan pesadillas, momentos que se ven recordando la enfermedad… Si bien quieren evitar éste tipo de situaciones y “no recordar”, no pueden controlarlo, lo que se traduce en desasosiego e intranquilidad (hipervigilancia) y peor calidad de vida.

Debemos estar atentos a la sintomatología (ansiedad, depresión…) que presente el paciente en cualquier momento del proceso, independientemente de si cumplen o no con los criterios para un diagnóstico de TEPT. El objetivo, siempre, es mejorar la calidad de vida de la persona y aumentar su bienestar emocional. 

Por último, hay intervenciones psicoterapéuticas para tratar estos síntomas y/o un posible trastorno asociado además de las terapias clásicas como por ejemplo E.M.D.R (Eye Movement Desensibilization and Reprocessing) y Mindfulness que pueden ser complementarias o únicas con muy buenos resultados.

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